jueves, 26 de junio de 2014

Coral Bonelli, una construcción de ficciones

texto SAC-NICTÉ CALDERÓN

En un principio, era “Pinolito”.

Cabello abundante y mirada retadora. El niño es el pequeño rostro, lleno de tierra, que acompaña a Katy Jurado y se asoma detrás de cada puerta, de cada escritorio, en silencio o con lágrimas que le contraen el rostro en Caridad, un cortometraje de Jorge Fons que fue parte de Fe, esperanza y caridad, la entrada de Fernando García Ortega al mundo del cine, en una época en la que convivió con figuras como Sara García, Julio Aldama y Anthony Quinn.

Hoy, de Pinolito, de Fernando, no queda nada.

“Coral es muy diferente. Pinolito ya no existe, pero hay muchas cosas que no se pueden olvidar: la primera vez que me paré en una carpa, cuando me aplaudieron, que mi primer sueldo fueron 15 pesos, las películas que me dieron prestigio en esa época… eso no se puede olvidar”

La voz al otro lado del teléfono es Coral Bonelli. Alta, rubia, con la mirada retadora y sonrisa traviesa que pertenecían a Fernando y que formaron parte del cine mexicano durante la década de los 70. Ella, “una chica trans”, es la protagonista de Quebranto, un documental de Roberto Fiesco que aborda su vida y la de Doña Lilia Ortega, su mamá, desde aquellos días en los que imitaba a Raphael, cuando era estrella de cine infantil, y desde que decidió que Pinolito fuera sólo un recuerdo colgado de las paredes de su casa en Garibaldi, y ahora sea Coral Bonelli quien baña “a la Bombón”, prepara la comida y sí, aún acompaña al mercado a su madre.


Raphael

Cuando era niño, a Fernando le gustaba acompañar a Doña Lilia al mercado. En Quebranto, ella explica que gracias a que sorpresivamente Fernando comenzó a quedarse en casa, fue que descubrió que aprovechaba esos momentos de soledad para imitar a Raphael. Lo escuchaba en una consola, y luego pagaba cinco centavos para que el vecino le permitiera verlo en la televisión.

Raphael fue el primer cambio en su vida. A los cuatro años empezó a trabajar como fonomímico en las carpas, teatros de pueblo que presentaban distintos espectáculos por 50 centavos o un peso, hasta que lo llevaron frente a Fons y él

decidió que lo quería en Caridad. Así comenzó una carrera en cine en la que participó en películas como El hijo de los pobres (1975), Espejismo de la ciudad (1976) y El callejón de los milagros, (1995). Incluso, en Durango filmó Hermanos del viento (1977) y Matar por matar (1979).

Posteriormente, debido al declive de la industria, especialmente en la década de los 80’s, Fernando comenzó una carrera de bailarín en el Teatro Blanquita, hasta que un día decidió que era suficiente. “Yo estaba viendo la tele, y se fue para allá dentro y sale toda vestida de mujer, que ni se sabía pintar, ni sabía caminar, ni nada, y me dijo ‘desde este momento soy mujer, quieras tú o no quieras’”, explica Doña Lilia en Quebranto.


Coral Bonelli

Ni Vanessa, ni Laura, ni Lupita ni María. Coral Bonelli.

“Yo tuve una amiga muy bonita en una escuela para señoritas, ella se llamaba Coral Reyes y me gustaba su nombre, se parecía a Lucía Méndez y yo soy fan de ella, entonces cuando empecé en el ambiente gay dije ‘voy a buscar un nombre que no sea muy común’ y me acordé”.

Coral Bonelli fue el cambio definitivo. “Yo ya me había aburrido, tenía una losa muy pesada en mí, es muy difícil estarle mintiendo a mi familia, a la persona que vive contigo. Entonces es mejor parar en seco y mostrarse al mundo tal y como eres”.

Si bien es cierto que a partir de ahí sus oportunidades de trabajo disminuyeron, lo dice en Quebranto y lo repite en entrevista: lo más importante que le ha dado Coral es ser ella misma. “Vivir mi propia vida, mi propio mundo, imaginar que estoy haciendo una película donde yo soy la protagonista”.

Sin embargo ha tenido que enfrentarse principalmente a dos problemas: “México tiene mucho machismo aún, todavía ven un hombre con tacones y se espantan, para ellos es una aberración y es muy difícil para uno soportar ese tipo de agresiones, de discriminaciones. He parado a mucha gente en la calle para decir ‘espérate, el problema eres tú, que no respetas a la gente, y aquí te digo una cosa, el más hombre soy yo. Somos como toda la gente, no por ser ‘vestidas’ vamos a dejar de hacer lo que alguien ‘normal’ logra, tenemos licenciados, maestros, doctores, presidentes, políticos… sólo que unos tenemos la fortuna de haber salido del closet y otros todavía se quedan ahí”.


Quebranto

La primera vez que Coral y Doña Lilia vieron Quebranto fue en una exhibición especial, para aproximadamente 50 invitados, organizada para analizar la manera en que el público recibía el documental. Pero Quebranto comenzó años atrás, cuando Roberto Fiesco era productor de El Mago, una cinta de Jaime Aparicio en donde participó Lilia Ortega. Ahí, ella le pidió a Fiesco aparecer en los créditos como “Doña Pinoles”, y la imagen del pequeño “Pinolito” llegó a la mente del productor. Roberto ha declarado que nunca entenderá cómo logró recordarlo. El resto es historia.

“La idea de que hiciéramos un documental, basado en la vida de nosotros, fue muy padre porque fui un niño prodigio de cine, y estaba en el letargo, sumido en el fango. De un momento a otro, Roberto me sacó del atolladero donde me encontraba, y ahorita mucha gente se está acordando de mí, me vuelven a conocer”.

Después de Quebranto, Coral Bonelli participó en Estrellas solitarias, ópera prima de Fernando Urdapilleta, que narra la historia de amistad de dos travestis. Sin embargo, además de obtener pequeños papeles en algunas producciones, hasta el momento Quebranto no ha representado un cambio significativo en su vida: “¿La vida me ha cambiado?... Sí, porque la gente me ve en la calle, me saluda, me felicita, me dicen que les encantó el documental, pero hasta ahorita trabajo no ha habido mucho. Posiblemente adelante sí haya oportunidad de algo mejor, pero esto es poco a poco”.

En una de las secuencias finales del documental, Coral imita de nuevo a Raphael, a blanco y negro, en los pasillos del edificio en donde viven ella y Doña Lilia: “Roberto pensaba que si hacía a Raphael a lo mejor ya no me acordaba, pero yo me inicié con ese gran personaje, y es difícil que se me olvide, entonces fue una experiencia muy padre volverlo a hacer. Él fue mi inicio, mi raíz, quien me dio la pauta y la patada para dedicarme al ambiente artístico. Yo tenía 4 años cuando lo imitaba, ahora tengo 50”.

Ese es el cierre cíclico a una historia que comienza con Raphael en una consola, y termina con “Mi gran noche” en alguna grabadora que no aparece en escena porque toda la atención está puesta en los minutos en que Coral es Fernando de nuevo. Pero la última toma pertenece a Coral Bonelli y Doña Lilia Ortega, en su casa, con el juego de complicidad que siempre está presente entre ellas. “Es la historia de dos personas que viven el día a día, dentro de nuestro contexto. No se miente, no se dice más o menos, sino lo normal de una mamá y su hija, que vivimos aquí juntas, lo que hacemos… Así es la vida”.

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